enunciación sin templo fijo

miércoles, 21 de julio de 2010

Agotar la tranquilidad de los hombres, de las mujeres, pervertir el correr desprendido de los niños, tan tierna e irrespetuosamente precoces, agotar también el espacio silencioso, la calma, revolver lo claro y traslúcido en la naturaleza, llevarla al otro extremo, a flecha de cifrado y estadística, controlar la tormenta en las entrañas, empaquetarla y ponerla en estante de supermercado, gastar nuestro dinero en ella, ¡tanto miedo!, no son sólo discursos, mentiras televisivas, líderes de opinión enteramente imbéciles, en partes todos, ¿nadie puede cambiarlo?, normalmente son patrañas, síntomas del confort cosmético, ruedas colmilludas sobre las cuales andamos a culo altivo, ¡qué facil culpar al otro! especialmente en un mundo de reflectores donde ese Otro no tiene lugar, su voz cadenas, como bien lo apunta usted, Maestro, afónicas sin sitio para la autenticidad, in-diferencia, ¿hoy quién soy? ¿a quién espero en un mundo en el cual, de menos en propaganda, la muerte ha muerto? "¡Bah! No te apures, muchacho. Eso jamás te sucederá." Y no suelto el control remoto.

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