enunciación sin templo fijo

jueves, 5 de agosto de 2010

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Entre dos cuerpos se interpone una palabra,
varias horas de vuelo, inciertas, turbulentas,
unas cuantas letras y un sin fin de silencios, incompletos,
incómodos,
las miradas que apenas pueden, obtusas, sin
delgados vidrios o lentes intermediarios, torpísimas,
las horas virulentas alimentándose del deseo,
una mano intentando romper el vacío,
la brisa obstinada deteniéndola,
la espera inservible en apariencia, estúpida,
transpiración, respiración entrecortada, tensión a la alza,
la misma palabra flota, impune,
los cuerpos ahora hinchados, enemigos del lenguaje,
pero es su único confidente, su única salida
ante la piel embrutecida,
y ahí sigue la palabra, resonando nefasta, insidiosa,
las mismas cuatro letras, sustitutas de una caricia,
los labios entumecidos, los ojos empolvados,
esos silencios proliferan, oídos olvidadizos,
orejas puro yeso de amantes estatuas,
más y más horas de vuelo, infecciosas,
pobres cuerpos ya sin alas, y uno que los mira caer
escuchando al minutero cantar su tiempo.

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